miércoles, 17 de febrero de 2010

LAS BRUJAS VOLADORAS DE SAPUYES
El poblado es fresco. Predispuesto desde su altura a lanzarse de manera inmediata a la profundidad abismal del río Sapuyes, como es su nombre, o por el contrario ascender buscando hacia el infinito los azules astros para jugar con ellos sin mezquina regla sobre la cresta andina. Se siente sobre las solitarias calles como el viento encrespado de frío recorre paulatino por entre sus casas cuando al atardecer va cayendo tenuemente el día para arropar entre sus casas cuando al atardecer va cayendo tenuemente el día para arropar entre sus sombras a la pintoresca población sureña. El aire es puro y corre con el viento, se filtra por entre puertas y ventanas, se abre en los espacios y adelgaza en los rincones, meciendo de manera febril y cadenciosa los árboles, las flores y espigas de tan prodiga tierra.

Cuando el día ha terminado, cuando el sol se ha ocultado por aquel horizonte de oscuras montañas, llega a Sapuyes un hombre que cabalga de manera altiva sobre fino animal. Lleva ruana y sombrero, vestido oscuro de paño y elegantes zamarros. Fuma un cigarro y de cuando en vez saca una pequeña botella de fuerte licor para tomar un trago. El paso del animal es lento, despacioso, como si midiese uno a uno sus pasos. Bestia y Jinete parecen un solo conjunto por la forma esbelta de trotar y cabalgar. Julio David, de figura espigada, rostro delgado, brazos y piernas largas, hombre curtido por los años inicio unas horas atrás el empinado camino para llegar desde su distante población hasta la sede de las brujas, según decir popular, donde las dulces y a la vez temidas pitonisas que sabe lo bueno, lo malo y lo ignoto del transcurrir permanente de los hombres frente a la frágil debilidad de una mujer o por el contrario conocen de sus sufrimientos sin que se tenga en cuenta sexo alguno.

La jornada había sido larga, pero para él, ya nada era largo, ni distante, el tiempo no costaba, la vida la vivía sin esperanza alguna, solo el recuerdo de su bien amada lo atormentaba y hacia que el llanto de varón vencido aflorara a su cara con desdén y profunda melancolía.

Cuando niño, había conocido a Sapuyes. Sabia de la leyenda y tradición de las brujas voladoras, por eso fue fácil llegar hasta la casa grande de aquel pueblo donde según se dice vivían la encomiables damas. Cruzo a buen `paso por las calles el poblado, atravesó su parque principal y se fue directamente hasta la doble puerta de la cas grande, se apeo del caballo, desmonto sus zamarros y se apresto a golpear una de las dos puertas de la entrada principal de la vivienda. El caballo trato de relinchar, estaba brioso, raspo por un par de veces sus gastadas herraduras sobre la piedra laja del anden y demostraba cierto nerviosismo como el de su jinete. El hombre tomo entre sus manos la casi vacía la botella de licor y la llevo hasta su boca, para tomar un aguardiente y golpeo con mayor fuerza, con los nudillos de su mano derecha, la gruesa puerta.

Una mujer, alta, delgada, de rostro adusto, toda ella vestida de negro, con un pañolón que cubría la cabeza y gran parte de sus hombros se presento al abrir de un solo golpe la puerta, lo quedo mirando de arriba abajo y pregunto de manera categórica y firme -¡Que necesita! ¡Que se le ofrece! ¿A quien busca? Julio David no se inmuto, sabia a lo que venia y ya nada ni nadie podía mediantemente asustar cuando llevaba en su pecho una pena tan grande, por eso dijo también de manera cortes, pero altiva, -Buenas noches, señora, busco en usted o en ustedes si son mas, la esperanza para poder seguir viviendo quitándome un grave tormento que llevo en el alma que no me deja plenamente vivir. Fui un hombre que todo lo tuvo, que alcanzo triunfos y honores y hoy todo lo perdí, por cuanto quise tanto a un amor temprano, tanto y tanto y temprano la ame, que me ha dejado muy solo en el mundo cuando su vida se fue para siempre por el camino de jamás volver.

La mujer no se inmuto, se hizo a un lado invitando al recién llegado para que entrara y procedió a cerrar la puerta tras de si. Julio David la siguió, esta tomo un pequeño mechón encendió que encontró a su paso y condujo al desdichado hombre hasta una de las piezas que permanecía cerrada. Al abrir la puerta, todo era tan oscuro hasta cuando la enigmática dama prendió una vela y apareció frente a los ojos del caballero todo un mundo de sincretismo co extrañas figuras, donde los cuadros religiosos con imágenes de vírgenes y santos contrastaban con demonios, patas de oso, cráneos disecados de animales, cuarzos, candelabros, pirámides, brebajes, en fin, gran cantidad de elementos dispersos sobre un mantel negro con una estrella de David al centro. La mujer se sentó frente al desconcentrado hombre, se quito el velo de su cabeza y se puso un gorro de punta que la hizo ver mas enigmática y espectacular por cuanto su rostro tomo ciertas tonalidades cuando miro de manera penetrante al visitante. -¿Qué quiere saber el caballero?-, pregunto con voz guturante, como salida de ultratumba. Julio David, titubeo un poco, desconcentrado pero haciendo acopio de valor dijo:-El porque de mi desgracia, el porque de mi desdicha, el porque cuando tuve a la mujer de mis sueños, la perdí tempranamente, cuando ella era todo mi tomo-.

La mujer puso su mano sobre una pirámide negra de pulimentada piedra sin dejar de observar detenidamente al hombre. Sus ojos parecían brillar como fulgurantes destellos y su mano se ilumino de manera esplendorosa, resaltando sobre el negro de la piedra.-Ella, la mujer de sus sueños esta bien, descansa en paz, a ti te han hecho un mal, el mal de amores. Te curare de tu mal y de tus males para que puedas seguir viviendo sin que tengas que estar por siempre vanamente amargado. Cierra los ojos y reconoce por ti mismo quien es la que te hizo daño, no para que te vengues sino para que la perdones porque a partir de este instante tu vida cambiara- El hombre cerro sus ojos y con asombro miro el rostro de una prima, la hija de la tía Cleotilde, que con su cara bañada en lagrimas parecía suplicarle un algo. Recordó entonces su temprana juventud, sus paseos a la quebrada y con tristeza recordó también como Ana Cecilia, así llama su prima, estaba enferma, postrada en una cama. De los ojos de Julio David, brotó una lágrima, los abrió y dejo de manera pausada a la enigmática mujer: Es verdad yo quise a Ana Cecilia, como se quiere a una amiga, mas nunca la ame. Es mejor que si tú tienes tanto poder como se dice, hagas que ella también descanse en paz-.
La mujer se levanto, puso su mano sobre la cabeza de Julio David, pronuncio unas palabras ininteligibles y procedió llevar al hombre hasta la puerta de salida de la casa grande. Los dos se despidieron, y cuando la enigmática mujer cerro la puerta, el hombre se sintió diferente, como si un gran peso se le hubiese quitado de encima, se puso los zamarros y monto en su caballo, siendo sorprendido por una ráfaga de viento que casi lo tumba y pudo observar como una estilizada figura de mujer, toda vestida de negro, con un manto largo, un gorro puntiagudo en su cabeza cruzaba por los aires montada en una escoba, diciendo en su gutural voz: ¡Sin Dios ni Santa María hasta aquella lejanía!.

Cuando Julio David llego a su pueblo, encontró una gran multitud camino a casa de tía Cleotilde, pregunto por el suceso y con tristeza le dijeron que habías muerto Ana Cecilia. El hombre rezó una oración, dio gracias como gracias daban los demás por el descanso eterno de la pobre enferma, quien como bien se sabía no tenía remedio alguno, por eso para bienestar de toda su muerte era un descanso. Julio David sintió un breve ventarrón, miró hacia el firmamento y pudo contemplar como la silueta de la mujer montada en una escoba contrastaba con la brillante luna y fulgor de los luceros. Llegó a su casa, se desmontó de su caballo y fue por un platón de agua, colocó las tijeras en su interior, busco una cruz de acero y la puso también sobre el platón de agua y esperó pacientemente que llegara la imagen de la bruja para dar buena cuenta de ella. Espero en vano por cuanto la enigmática dama volaba a otro pueblo en cumplimiento de su gestión y trabajo.

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