miércoles, 17 de febrero de 2010


LA VIEJA
La oscuridad es total, hace frío y un viento penetrante obliga a las gentes a refugiarse temprano en el interior de sus hogares. Cerrar bien puertas y ventanas y esperar pacientemente que el sueño deparador acoja placenteramente sus vidas. Luis Antonio y Carlos Gerardo, amigos vieja data, conocedores a plenitud de trochas y caminos de la región avanzan pesadamente montados en sus dóciles corceles, es viernes y esperan llegar pronto a casa para descansar y poder salir temprano al poblado para comercializar sus productos que ya deben estar en la bodega grande de Don Jacinto, el comercializador mayoritario de la comarca.
Luis Antonio es alto, fornido, bien parecido como suelen decir las jóvenes del pueblo. Luce un poblado bigote y gusta usar sombrero de ala ancha, una ruana negra y un berraquillo a manera de fusta que más que otra cosa es parte de su personalidad cuando se apoya con sus dos manos sobre él para precisar la virtualidad de sus palabras. Montando el (Alazán), brioso caballo de color negro y fina estampa se ve orgulloso, altivo, armoniosos con los movimientos del jumento.

Carlos Gerardo no se queda atrás. Es de median estatura, usa sombrero pequeño, (mulera) que rodea su cuello y un fino machete que prende del cinto. Es el bohemio, el hombre enamorado, el hombre de ilusiones, quien tiene gracia para el galanteo y gusta de no desperdiciar oportunidad alguna.( Alquitrán), nombre del caballo que cabalga Carlos Gerardo es un animal de gran presencia, de color moro, caracterizado por tener una Lara y abundante crin.

Los dos amigos van conversando sobre diversidad de anécdotas de la vida, lo hacen de montura a montura, de hombro a hombro cuando se puede o el uno adelante y el otro atrás si el camino obliga así.-¡Carajo! ¡Qué noche tan oscura!- ha dicho Luis Antonio. –Y hace frío, pero no importa porque de mi parte siempre me gusta estar equipado- responde Carlos Gerardo, en tanto saca de entre los aperos del animal una brillante botella de licor que lleva primero a sus labios y luego procede a pasarla para brindar con su amigo. –Faltaría que no la tengas, para que sintieras en verdad el frío de esta noche donde con seguridad esa (molerá) o pedazo de ruana que tienes al cuello no te serviría para nada. Pero en fin. ¡No discutamos más y brindemos un nuevo trago por nuestra amistad y la conquista de las Rodríguez en el día de hoy!. ¿Te parece?, dice tajantemente Luis Antonio, recibiendo la botella con el virtuoso licor.

-Desde luego, mi querido maestro. ¡Tome de frente y échame el nuestro! ¡Por la Lolita y mi Margarita, que para qué, son dos hembritas muy lindas!- dijo de manera picaresca Carlos Gerardo. Los dos sonrieron y brindaron de montura a montura.
Siguieron dialogando y de cuando en vez tomaron licor para tratar de apaciguar el frío. El camino era de por si muy conocido para ellos, lo habían recorrido desde niños, era uno de los tantos que tenía la región, muy agreste, pero confiable a la seguridad que daban (Alazán) y (Alquitrán), sus files y erguidos corceles para quienes la oscuridad de la noche parecía no perturbar en absoluto por la precisión con que colocaban cada una de sus patas, en las cuales no faltaba el chispazo de la férrea herradura al golpear con la dura roca, haciendo brotar pequeños destellos que daban cierta luminosidad a los cascos del caballo.

Llegando a un punto de bifurcación del camino, las dos bestias trataron de resistir su paulatino andar. Luis Antonio apela a su fuste y castiga a (Alazán). El animal obedece con cierta nerviosidad, encabritándose, tomando y exhalando el aire frío por entre sus narices, procede a continuar su paso, lo hace de manera anormal, como presintiendo un algo, como si desconociera el camino hacia la cañada. -¡Qué pasa con este animal! ¡Qué diablos sucede! Dice categóricamente Luis Antonio, golpeando suavemente amanera de fusta con su berraquillo uno de sus flancos. -¡Déjalo que avance como el quiera, no tenemos afán ninguno! Ha dicho Carlos Gerardo que se encuentra con su (Alquitrán) atrás.

El marco de la cañada es de por si tenebroso, oscuro, lleno de grandes matorrales y frondosos árboles que en la noche semejan infinidad de siluetas al vaivén del viento. Parecen espantos que suben y bajan. Se escuchan ruidos, con el bruñir del agua sobre la roca de la pequeña quebrada que yace en el fondo de la cañada, alo cual prácticamente están habituadas las gentes en general de la región, y más particularmente Luis Antonio y Carlos Gerardo.

La cabalgata con los dos hombres siguió bajando en medio del habitual espacio de la cañada. El viento se fue haciendo mas fuerte. El frío era cada vez mas penetrante que obligó a Carlos Gerardo a enfundarse su (mulera). Tomar un trago y escuchar con detenimiento las voces del viento cruzando por entre el follaje de árboles y matorrales. Su oído parecía fallar, cuando a intervalos de un indefinido tiempo creía escuchar la voz adolorida de alguien, allá, a la distancia, sin precisar de donde. Al observar que Luis Antonio nada decía, calló, pensó para sus adentros que quizá podría ser consecuencia del licor esa voz de alucinación que el escuchaba. Sin embargo, Oh sorpresa, cuando oye la voz de su amigo Luis Antonio que le pregunta de manera inesperada: ¿Carlos Gerardo? ¿Escuchas esa voz de angustia, de lamento, esos ayes? ¡Si! ¡Si!, Luis Antonio, parecen de mujer, de alguien que se encuentra herido. ¡Qué hacemos!. –Por ahora bajemos hasta el final de la cañada donde se encuentra la quebrada y esperemos a ver si captamos de donde provienen los gemidos- dice con cierto nerviosismo Luis Antonio.

(Alazán) y (Alquitrán), las dos bestias en que montan los dos intrépidos jinetes, paran con precisión sus dos orejas, tratan de olfatear el viento y comienzan a sudar copiosamente acelerando el paso, desconociendo la rienda del manejo. La voz, el gemido, los ayes son cada vez más cercanos cuando los hombres y las bestias han llegado al final de la cañada. Un viento fuerte, helado, golpeó co dureza el rostro de los caballistas, sus cuerpos se estremecieron y un escalofrío indescriptible recorrió toda su flamante humanidad. Una voz al unísono, una frase, como si se hubiesen puesto de acuerdo los dos, salió de lo más profundo de sus gargantas: ¡Es la Vieja! ¡La mujer de la quebrada! ¡Corramos! ¡Corramos! ¡Cuidado que nos alcanza!.......
Luis Antonio emprendió en punta el camino. Se paró en los estribos, dio rienda suelta, fustigando un flanco de la bestia y buscó desesperado la cima de la montaña para evitar el alcance del espanto.

Carlos Gerardo, un poco mareado por el licor, casi cae pesadamente del corcel. Repuesto del primer susto, castigó duramente a su animal y fue protagonista principal del tenebroso hecho, cuando pudo entre las sombras de la noche y el tupido follaje del sector observar de cerca aquel macabro espectro de ¡La Vieja!: Estaba toda ella cubierta de un gran manto negro, de cabellos largos, descuidados y canosos. Una cara blanca con ojos destellantes, dientes largos y puntiagudos, boca grande y grandes orificios nasales por donde lanzaba llamas de gran luminosidad. Sus manos largas y flacas, provistas de metálicas uñas se levantaban sobre su escuálido cuerpo pretendiendo coger, agarrar al asustado hombre. (Alquitrán), su fiel y veloz caballo logró alcanzar la parte alta de la cañada y poder así poner a salvo su jinete.

Luis Antonio, continuaba avanzando adelante, cuando observó que su amigo había alcanzado la cima da la montaña, lo llamó desesperadamente para que continuara por el camino, para que evitara ser alcanzado por La Vieja, la mujer malvada de la quebrada que solía salir a los hombres mujeriegos que gustaban de andar en amoríos con la jóvenes de la región, a quienes buscaba proteger haciendo que el hombre que las enamoraba no tardase tanto en las visitas de noviazgo por cuanto de no hacerlo así, se propicia, se da pie para tener aventuras, malos hábitos, que se hacen al amparo de la oscura sombra que brinda la noche.
Las Rodríguez, Margarita y Lolita, bellas divas que hacían parte de la conquista de estos dos enamorados, dormían plácidamente en su hogar soñando quien sabe qué sueños de idílicos amores, en tanto Luis Antonio y Carlos Gerardo, repuestos del susto que se llevaron con el encuentro inesperado de La Vieja, aprenderían la lección de no prolongar por tanto tiempo de la noche su visita la las dos enamoradas.


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